Flor de sacuanjoche

Flor de sacuanjoche
Flor de sacuanjoche-Flor nacional de Nicaragua

viernes, 6 de julio de 2007

Carlos Martínez Rivas (1924-1998)



Poeta nicaragüense, nacido en Puerto de Ocoz (Guatemala) el 12 de octubre de 1924 (donde sus padres, de familia acomodada, estaban de viaje).

Desde muy temprana edad se reveló como gran poeta: a los dieciséis años ganó un concurso nacional con una poesía novedosa y original, que a muchos pareció muy semejante a la de Rubén Darío.

A los dieciocho, estando aún estudiando bachillerato en el Colegio Centro-América (de los jesuitas) en Granada (Nicaragua), escribió su extenso poema El paraíso recobrado (publicado por los «Cuadernos del Taller San Lucas» en 1944) que ha sido considerado uno de los eventos importantes en la historia de la poesía nicaragüense y que ha influido mucho.

Después de su bachillerato residió varios años en Madrid, donde prosiguió sus estudios (asistió en junio y julio de 1946, como invitado y «estudiante de Filosofía y Letras y Periodismo», al XIX Congreso Mundial de Pax Romana, celebrado en Salamanca y El Escorial). Dicen sus biógrafos que en España se aficionó al alcohol y a la noche.

En 1947 publicó en la revista Alférez, en la que coincidió con los también nicaragüenses Julio Ycaza Tigerino y Pablo Antonio Cuadra, dos artículos: «Nuestra juventud» y «A propósito de un premio de poesía» (José Hierro, Alegría, Premio Adonáis de Poesía 1947).

En 1953 publicó en México su libro de poemas más importante: La insurrección solitaria (reeditada en 1973 y 1982), resistiéndose a partir de este momento prácticamente a seguir publicando.

Trabajó para el servicio diplomático de Nicaragua, y vivió en París, Los Angeles, de nuevo en Madrid (hasta los primeros años setenta), San José de Costa Rica y desde el triunfo sandinista de nuevo en Managua.

En 1985 ganó el premio «Rubén Darío». Tuvo a su cargo una «cátedra» en la Universidad Nacional Autónoma, recinto de Managua. Su poesía completa fue editada en 1997 en Madrid, con un prólogo de Luis Antonio de Villena, donde se presenta a Martínez Rivas cultísimo, noctámbulo y a menudo ebrio.

Poeta de obra breve, Martínez Rivas publica El paraíso recobrado, en 1943, y La insurrección solitaria, diez años más tarde. En 1994 la editorial Vuelta reúne estos dos trabajos e incluye una tercera parte con la obra inédita, realizada en las últimas cuatro décadas.

El paraíso recobrado -poema en tres escalas y un prólogo-, traza un viaje místico-érótico a partir del recuerdo de la mujer amada. Martinez Rivas atenúa la escala trascendente del texto a partir de ese "prólogo" explicativo, pedestre y que reduce el poema al rubro de "canción" para ser cantada a los amigos:
"Y, entonces, yo
al no hallar que hacer con mi amor
hice de él una canción."

De esa actitud coloquial, de ese sentido trovadoresco, terrenal, parte el poeta. Parte de un hecho histórico y geográficamente definido: "Era entonces en San José de Costa Rica..." para, poco a poco, pasar de la gravedad material, de lo pesado, de lo denso, de la red cronológica que el tiempo teje, a la ingravidez aérea e intemporal del canto:
Prepárate.
Iguala tu reloj de pulsera con el reloj del aire.
(...)
Prepárate para el salto.
Y que el aire sea con nosotros.
Listos.
A la una...
a las dos...
y a las...
tres!

El aire es la materia poética que rige las dos siguientes "escalas" de El paraíso recobrado. Una vez realizado el desprendimiento, el compartido salto hacia el amor, el aire deviene único camino, ruta espiritual, peldaños por donde los amantes ascienden hacia la eternidad.

El aire -que es comparado por san Juan de la Cruz con el Espíritu Santo- es también el lugar de la alquimia espiritual, de la definitiva transubstanciación del ser:
Porque, en verdad, la carne se hizo aire.Y el aire se hizo carne y habitó entre nosotros.(...)Ahora todo está en tiY tú tan sola, ya aire ante el aire.(...)Y oye qué nueva trinidad tan pura:tú, yo y el aire. Y los tres somos uno.

El cristianismo de Martínez Rivas -a diferencia, por ejemplo, del de Vallejo- enfatiza el costado dichoso de la fe y el amor y de la voluntariosa deconstrucción del ser histórico; desdeña, sin embargo, lo culpígeno, lo condenatorio del "Parirás con dolor" y las amargas lágrimas del Exilio.

Se trata, después de todo, de una "canción", de un trovar entre amigos para recrear y celebrar ese amor -ese paraíso- perdido para siempre.

Pero, "mientras retornan/ esos tiempos que el hombre ya ha conocido antes" -como dice Martínez Rivas en el primer poema de La insurrección solitaria-, mientras transcurre este hoy donde "el Espíritu Santo ya no es pan común" y se afirma la desemejanza en el mundo y los nombres propios desdibujan la gran Unidad de lo creado.

Un giro sustancial se produce con respecto a la obra anterior. Martínez Rivas abandona el aire redentor, el aire que era escala hacia la trascendencia y ahora habla desde la sucesión fatigosa de los días.

Desde ese enclave demasiado humano, desde esa solidez -que también es sordidez- donde el lenguaje se evidencia como materia y se problematiza. Ciertos rechinidos vallejianos y ciertas dificultades se presentan en un contexto desangelado y carente de calor -"sin el menor rastro de fuego."

Por otra parte, Martínez Rivas se niega a ser partícipe de la comedia del arte, de la histriónica gesticulación operática que la cultura exige, y el poeta se mofa de ese prójimo:
Sí. Ya sé.Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra.Pero no la tendréis.De mí no la tendréis.

Apuesta por la "pululante línea de la imperfección y el anonimato", por el reposo inseguro y por lo "peligrosamente sesgado como doncella". En su poesía impera, por momentos, la ironía, que es la manifestación del desencanto, del distanciamiento y de una desapasionada lucidez.

No toda su obra mantiene el mismo valor, la misma carga de intensidad poética -para este lector, El paraíso recobrado sigue siendo su mayor legado- y se imponen cambios frecuentes de estilos y de tonos a lo largo de su segundo trabajo y de Varia -los poemas recopilados posteriormente.

Unos meses antes de morir, aislado y enfrentado con su familia, que nunca lo asistió en sus días de bohemia ni en las sucesivas enfermedades que lo aquejaron, nombró al Gobierno de la República de Nicaragua albacea de sus papeles literarios, y pidió ser enterrado en Granada (Nicaragua).

Su fallecimiento en Managua, el 16 de junio de 1998, a los 74 años, supuso una gran conmoción en Nicaragua, donde se le considera como uno de sus personajes más ilustres.

Murió acompañado de sus gatos y rodeado de una electiva soledad. Dejó más de dos mil poemas inéditos. Hay que esperar la oportuna publicación para cerrar el círculo de una obra que ya tiene ganado su lugar en la poesía en nuestra lengua, o abrir dicho círculo a meandros creativos no considerados aún por la crítica.


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